El cambio espiritual que se vive en Italia en el siglo XV tendrá su reflejo en el arte. Partiendo de la pintura de Giotto, Masaccio mostrará las expresiones humanas mediante monumentales figuras en acción, ejecutadas en un estilo austero, logrado con su dibujo un gran realismo.
La evolución continúa con Piero della Francesca, pintor que muestra una profunda admiración hacia la perspectiva, la proporción, el orden y la simetría, incorporando a sus trabajos la atracción hacia la luz y el color.
Mantegna aportará al Quattrocento un marcado interés por la perspectiva, figuras monumentales y múltiples referencias, tanto arquitectónicas como decorativas, al mundo clásico; el vivo colorido de las Escuelas veneciana y flamenca transmite una brillantez significativa a sus trabajos.
Pero será en la centuria siguiente cuando aparezcan los grandes nombres de la pintura italiana del Renacimiento. Leonardo destacará por su dominio del claroscuro y por el sfumato, técnica con la que difumina los contornos, como observamos en su espectacular Virgen de las Rocas.
La obra de Miguel Angel se caracteriza por el profundo conocimiento de la figura humana, interesándose por los volúmenes y la tensión, conocida como la "terribilità".
Rafael se siente atraido por la obra de Leonardo y Miguel Angel, creando un personal estilo ecléctico que se aprecia en sus Sagradas Familias, posiblemente sus obras más populares.
La escuela veneciana tiene en Tiziano a su mejor maestro. La luz y el color determinarán sus composiciones, anticipando el Barroco gracias a su admiración por los contrastes lumínicos.
Caravaggio es uno de los mejores representantes de la Escuela Barroca. El naturalismo de sus personajes y los acentuados contrastes entre luz y sombra caracterizan su pintura.
Pero quizá sea Rubens el mejor maestro de este estilo, mostrando en sus pinturas el dinamismo y la ampulosidad que definen este movimiento. Rembrandt es el mejor representante de la escuela holandesa. Su principal aportación es el empleo de una luz dorada que crea sensacionales efectos atmosféricos y que había tomado de la Escuela veneciana.
En la escuela española del Barroco destacarán importantes personalidades: Velázquez, Murillo, Alonso Cano, Zurbarán o Valdés Leal, haciendo de esta época una de las más destacables de nuestra pintura.
La decadencia del Barroco se produce a lo largo del siglo XVIII, aunque todavía se mantienen trabajando en estas fórmulas algunos artistas como Tiépolo, el último gran decorador del Barroco italiano. A caballo entre dos siglos encontramos una de las figuras más importantes del arte: don Francisco de Goya, artista que crea un estilo personal, anticipando movimientos posteriores.
En el siglo XIX la Iglesia pierde buena parte de su poder político y económico, lo que se refleja en la disminución de encargos artísticos. El Cristo en el lago de Genezaret de Delacroix, el Voto de Luis XIII o la Virgen con velo azul de Ingres, la Adoración de los Magos de Overbeck o la Salomé de Moreau son algunos ejemplos de escenas religiosas que se realizan en esta centuria. Los pintores del siglo XX buscan temáticas más personales pero no renuncian en ocasiones a la Religión, como observamos en las representaciones de la Judith de Klimt, la Entrada de Cristo en Bruselas de Ensor, la Madonna de Munch o la Ultima Cena de Nolde, particulares visiones de la iconografía clásica.
La evolución continúa con Piero della Francesca, pintor que muestra una profunda admiración hacia la perspectiva, la proporción, el orden y la simetría, incorporando a sus trabajos la atracción hacia la luz y el color.
Mantegna aportará al Quattrocento un marcado interés por la perspectiva, figuras monumentales y múltiples referencias, tanto arquitectónicas como decorativas, al mundo clásico; el vivo colorido de las Escuelas veneciana y flamenca transmite una brillantez significativa a sus trabajos.
Pero será en la centuria siguiente cuando aparezcan los grandes nombres de la pintura italiana del Renacimiento. Leonardo destacará por su dominio del claroscuro y por el sfumato, técnica con la que difumina los contornos, como observamos en su espectacular Virgen de las Rocas.
La obra de Miguel Angel se caracteriza por el profundo conocimiento de la figura humana, interesándose por los volúmenes y la tensión, conocida como la "terribilità".
Rafael se siente atraido por la obra de Leonardo y Miguel Angel, creando un personal estilo ecléctico que se aprecia en sus Sagradas Familias, posiblemente sus obras más populares.
La escuela veneciana tiene en Tiziano a su mejor maestro. La luz y el color determinarán sus composiciones, anticipando el Barroco gracias a su admiración por los contrastes lumínicos.
Caravaggio es uno de los mejores representantes de la Escuela Barroca. El naturalismo de sus personajes y los acentuados contrastes entre luz y sombra caracterizan su pintura.
Pero quizá sea Rubens el mejor maestro de este estilo, mostrando en sus pinturas el dinamismo y la ampulosidad que definen este movimiento. Rembrandt es el mejor representante de la escuela holandesa. Su principal aportación es el empleo de una luz dorada que crea sensacionales efectos atmosféricos y que había tomado de la Escuela veneciana.
En la escuela española del Barroco destacarán importantes personalidades: Velázquez, Murillo, Alonso Cano, Zurbarán o Valdés Leal, haciendo de esta época una de las más destacables de nuestra pintura.
La decadencia del Barroco se produce a lo largo del siglo XVIII, aunque todavía se mantienen trabajando en estas fórmulas algunos artistas como Tiépolo, el último gran decorador del Barroco italiano. A caballo entre dos siglos encontramos una de las figuras más importantes del arte: don Francisco de Goya, artista que crea un estilo personal, anticipando movimientos posteriores.
En el siglo XIX la Iglesia pierde buena parte de su poder político y económico, lo que se refleja en la disminución de encargos artísticos. El Cristo en el lago de Genezaret de Delacroix, el Voto de Luis XIII o la Virgen con velo azul de Ingres, la Adoración de los Magos de Overbeck o la Salomé de Moreau son algunos ejemplos de escenas religiosas que se realizan en esta centuria. Los pintores del siglo XX buscan temáticas más personales pero no renuncian en ocasiones a la Religión, como observamos en las representaciones de la Judith de Klimt, la Entrada de Cristo en Bruselas de Ensor, la Madonna de Munch o la Ultima Cena de Nolde, particulares visiones de la iconografía clásica.
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